Entrevista a David Belmonte, polifacético pintor, cantante, activista y últimamente antropólogo sevillano.
Una de las pinturas satíricas del artista Sevillano, titulada "Tricornio".
- ¿En qué forma crees que la guerra civil afectó al arte y/o sigue haciéndolo?Respecto a la literatura y al cine, las producción de obras relativas a la contienda española es inmensa. Respecto a las artes plásticas tuvo una repercusión en su momento, en el cual el Guernika de Picasso fue el máximo exponente, ya que se convirtió en un símbolo. Sin embargo, la profusión de carteles en España durante la guerra fue reflejo de las líneas estéticas de vanguardia de la época. A veces pienso que las reflexiones acerca de la tragedia española no han calado suficientemente en las artes plásticas, que han permanecido más bien ajenas a posicionamientos políticos concretos. Pensemos que la pintura, por ejemplo, es un arte más vinculado a ámbitos privados que a espacios públicos. El muralismo no se ha desarrollado en un sentido social, político, de concienciación o didáctico sino que en líneas generales ha sido una simple ampliación de presupuestos estéticos determinados por el mercado y por vectores de prestigio artístico que muy poco interés han mostrado por hacer un arte popular. El cartelismo, que también toma la calle como ámbito de difusión expresiva, ha sido capitalizado por la publicidad comercial, en la que predomina el afán de aborregamiento y en la que no hay espacio para el cuestionamiento de la realidad social. Solamente el humor gráfico o el cómic han seguido manteniendo posturas reflexivas y ácidas sobre el statu quo, las cuales en buena parte son herederas de la experiencia sufrida en la guerra civil. Pensemos en El Roto y sus inteligentísimos chistes. No se puede dejar de citar álbumes de historietas como los de Carlos Giménez, especialmente Paracuellos, 36-39 Malos tiempos, o España una, España grande, España libre. Otro grandísimo dibujante, Josep María Beá, evoca la memoria histórica de la vida cotidiana en la postguerra en su álbum Siete vidas. Otros grandes historietistas como Kim o Alfonso Font, por citar algunos, han dejado su granito de arena sobre el asunto. A las artes plásticas les queda mucho que aprender del cómic, del que lamentablemente se tiene una visión estereotipada por culpa de los superhéroes y del manga. Y es que el cómic es un medio artístico barato, asequible, no elitista, y por ello denostado por el mundo del arte contemporáneo, cuyas miras están puestas en el mercado, y cuyo mensaje es abstruso y críptico, aun en sus manifestaciones más sociales. Finalmente, se busca un agrado burgués, una concordancia con las cortinas y el sofá del salón, o la inclusión de la obra en la colección permanente de algún museo público o de alguna colección de algún banco o alguna empresa privada. Sin embargo, cuando las vanguardias artísticas estaban imbuidas de compromiso social, y sobre todo en tiempos de guerra, tuvieron ocasión de realizarse muy interesantes obras por parte de ciertos artistas. Helios Gómez publicó carteles, portadas de libros y una serie de carpetas de dibujos sobre temas sociales y sobre la guerra civil. Otros pintores y cartelistas dignos de mención fueron Ramón Calsina, Ramón Gaya, Josep Renau, Ramón Puyol, Josep Bardasano, Carles Fontseré, Artel, Arturo Ballester, Vicente Ballester, José María Gallo, Ricard Obiols, Aleix Hinsberger, Bausset, Gallur, José Luís Rey Vila, Monleón, Herreros, Rafael de Penagos y Badia Vilato entre otros muchos. Igualmente interesantes son las pinturas y dibujos de artistas como Gustavo Bacarisas, con sus escenas de la guerra civil, o Andrés Martínez de León.
Es destacable el hecho de que los artistas de la época tuvieron que reciclarse o exiliarse, pues tras la guerra el mundo de la cultura sufrió un considerable varapalo. Muchos artistas podían continuar su labor a cambio de retratar a los miembros del sistema franquista, y otros muchos tuvieron que tragar bilis. Algunos retrataban la miseria social del país, como José Gutiérrez Solana. En los años 60 hubo cierta apertura al exterior, y hubo artistas con cierta conciencia social como Juan Genovés, el Equipo Crónica o los grabadores de Estampa Popular. Hay que hacer constar que el financiero Juan March, uno de los principales impulsores económicos del golpe militar franquista, creó una fundación cultural en 1955, lo cual condicionó el panorama de las vanguardias, y si a ello le unimos el panorama artístico absolutamente carca influido por los gustos burgueses, de la Iglesia católica y de la Academia, se puede obtener una idea de los gustos artísticos que han dominado tras la guerra civil, y de las vicisitudes que tuvieron que pasar los artistas más indóciles de la época, echados al saco de la “bohemia”. Actualmente, tras la postmodernidad, se pueden observar si no influencias de la contienda civil en el arte, sí ciertos aires de crítica, escepticismo y pitorreo respecto a los valores sociales en otros tiempos sagrados, fundamentalmente los religiosos, y particularmente los de la religión cristiana (cualquiera se atreve con el islam). Pero no veo que la guerra civil, concretamente, afecte al panorama artístico plástico.
- ¿Podrías imaginar por un momento qué habrías hecho de haber tenido que vivir en aquellos años como adulto?
No se puede extrapolar una vida llevada muchos años después en un contexto social y político muy distinto a otra época, puesto que la experiencia, la educación hubieran sido otras. Me planteas algo así como “pasado ficción”. Sería complejo. Probablemente, de haber estado en Sevilla, la cosa hubiera estado chunga, pues aquí el ejército sublevado se impuso con rapidez y reprimió duramente a la facción republicana. También depende de cuál hubiera sido mi implicación política y militancia en aquel momento. Pienso que quizás hubiera tenido que huir a la zona roja o fuera de España. Hubiera intentado salvar el pellejo por todos los medios, pero eso hubiese dependido de lo señalado que estuviera por la sociedad. Además, dependería también de la edad con que me cogiera el conflicto, pues no hubiera sido lo mismo tener 20 años que 37 como tengo ahora. Quizás hubiera resistido y hubiera sido ejecutado, o quizás me hubiera ido al frente para intentar pasarme al otro bando. También la cuestión depende de cuál hubiera sido mi pensamiento y mi profesión por aquel entonces. Existe una correlación multicausal que provoca que los individuos adopten determinadas decisiones a lo largo de su recorrido vital, y haciendo que se conforme asimismo su personalidad. Quién sabe, igual hubiera sido un individuo pacífico y conciliador, o tal vez un radical exaltado. Ahora bien, si se trata de meterme en una máquina del tiempo tal y como soy ahora y con lo que conozco, quizás hubiera sido muy útil para cambiar algo el curso de los acontecimientos. Otra cosa es cuál sería mi reacción si algo semejante sucediera a día de hoy. Cómo me implicaría y del lado de quién. Desgraciadamente, el anarquismo no posee la fuerza social que poseía en aquellos años, pero de algún modo me situaría del lado del pueblo oprimido. Todo dependería de los motivos que llevaran a una guerra a este país. Tal vez pensara que esa guerra no es la mía y sencillamente hiciera las maletas a alguna parte para comenzar una nueva etapa en la vida. En cualquier caso lo importante es estar vivo, si bien no a costa de lo que sea. Si hubiera vivido la guerra, ¿me hubiera resignado a permanecer en España en la posguerra, rodeado de miseria moral y de miedo? Puede que sí, ya que así hizo la mayoría de la gente. Quizás, de haber sobrevivido, me hubiera intentado adaptar haciendo lo que pudiera dentro de los límites marcados por el poder. Quizás habría contenido la lengua, o quizás hubiera aceptado la tragedia con humorismo, leyendo entre líneas los mensajes disidentes de libros y películas, que los había. Seguramente hubiera sido lector o colaborador de La Codorniz, o hubiera sido una especie de Berlanga, con el cual siento una gran afinidad. En la guerra, puede que me hubiera tratado de alistar a alguna milicia anarquista, si bien me hubiera tratado de salir en cuanto la guerra de guerrillas se hubiera regulado por el ejército. A veces he soñado que vivía momentos en aquella época; unos sueños con una intensidad emotiva exacerbada, ya que mantengo una visión épica que es fruto de una cierta idealización del sentir popular al haber leído literatura sobre la época, como Homenaje a Cataluña, de Orwell, Por qué perdimos la guerra, de Abad de Santillán, o El reñidero español, de Borkenau. En esos sueños me siento parte de un destino humano, de un sentimiento colectivo de gran tradición y raigambre. Siento algo así una hermandad entre las personas con un objetivo común de destruir los pilares de la sociedad crispada por el abuso y el oscurantismo, pero curiosamente no son sueños bélicos, sino protagonizados por la multitud enardecida por un deseo de libertad y respeto que vence por su propia fuerza. Los explotadores y los políticos y gobernantes huyen porque no tienen nada que hacer. Ilusiones, vaya. Pienso que a veces en los sueños sublimamos nuestros deseos individuales y colectivos, transfiriéndolos a nuestro quehacer diario, buscando un ideal de vida. Por mi parte, trato de pasar por este planeta tratando de aprender, de comprender, siendo lo más creativo y prolífico que puedo ser. Trato de poner la libertad en práctica, aunque la libertad sólo sea una sensación, y trato de llenar mis días de amor, si bien para ello a veces es necesario renunciar a ciertas personas. Trato de no pisar a nadie, de no aprovecharme de nadie, y que nadie lo haga conmigo. Claro que eso entra en colisión con pensamientos impositivos, lo cual nunca me gusta. La cuestión estriba en el tacto y en el respeto. Pienso que soy muy fácil de persuadir, de seducir, pero me rebelo naturalmente contra las órdenes. Por eso me veo más en una guerrilla por mi cuenta con un grupo que en un ejército con sus jerarquías.
No se puede extrapolar una vida llevada muchos años después en un contexto social y político muy distinto a otra época, puesto que la experiencia, la educación hubieran sido otras. Me planteas algo así como “pasado ficción”. Sería complejo. Probablemente, de haber estado en Sevilla, la cosa hubiera estado chunga, pues aquí el ejército sublevado se impuso con rapidez y reprimió duramente a la facción republicana. También depende de cuál hubiera sido mi implicación política y militancia en aquel momento. Pienso que quizás hubiera tenido que huir a la zona roja o fuera de España. Hubiera intentado salvar el pellejo por todos los medios, pero eso hubiese dependido de lo señalado que estuviera por la sociedad. Además, dependería también de la edad con que me cogiera el conflicto, pues no hubiera sido lo mismo tener 20 años que 37 como tengo ahora. Quizás hubiera resistido y hubiera sido ejecutado, o quizás me hubiera ido al frente para intentar pasarme al otro bando. También la cuestión depende de cuál hubiera sido mi pensamiento y mi profesión por aquel entonces. Existe una correlación multicausal que provoca que los individuos adopten determinadas decisiones a lo largo de su recorrido vital, y haciendo que se conforme asimismo su personalidad. Quién sabe, igual hubiera sido un individuo pacífico y conciliador, o tal vez un radical exaltado. Ahora bien, si se trata de meterme en una máquina del tiempo tal y como soy ahora y con lo que conozco, quizás hubiera sido muy útil para cambiar algo el curso de los acontecimientos. Otra cosa es cuál sería mi reacción si algo semejante sucediera a día de hoy. Cómo me implicaría y del lado de quién. Desgraciadamente, el anarquismo no posee la fuerza social que poseía en aquellos años, pero de algún modo me situaría del lado del pueblo oprimido. Todo dependería de los motivos que llevaran a una guerra a este país. Tal vez pensara que esa guerra no es la mía y sencillamente hiciera las maletas a alguna parte para comenzar una nueva etapa en la vida. En cualquier caso lo importante es estar vivo, si bien no a costa de lo que sea. Si hubiera vivido la guerra, ¿me hubiera resignado a permanecer en España en la posguerra, rodeado de miseria moral y de miedo? Puede que sí, ya que así hizo la mayoría de la gente. Quizás, de haber sobrevivido, me hubiera intentado adaptar haciendo lo que pudiera dentro de los límites marcados por el poder. Quizás habría contenido la lengua, o quizás hubiera aceptado la tragedia con humorismo, leyendo entre líneas los mensajes disidentes de libros y películas, que los había. Seguramente hubiera sido lector o colaborador de La Codorniz, o hubiera sido una especie de Berlanga, con el cual siento una gran afinidad. En la guerra, puede que me hubiera tratado de alistar a alguna milicia anarquista, si bien me hubiera tratado de salir en cuanto la guerra de guerrillas se hubiera regulado por el ejército. A veces he soñado que vivía momentos en aquella época; unos sueños con una intensidad emotiva exacerbada, ya que mantengo una visión épica que es fruto de una cierta idealización del sentir popular al haber leído literatura sobre la época, como Homenaje a Cataluña, de Orwell, Por qué perdimos la guerra, de Abad de Santillán, o El reñidero español, de Borkenau. En esos sueños me siento parte de un destino humano, de un sentimiento colectivo de gran tradición y raigambre. Siento algo así una hermandad entre las personas con un objetivo común de destruir los pilares de la sociedad crispada por el abuso y el oscurantismo, pero curiosamente no son sueños bélicos, sino protagonizados por la multitud enardecida por un deseo de libertad y respeto que vence por su propia fuerza. Los explotadores y los políticos y gobernantes huyen porque no tienen nada que hacer. Ilusiones, vaya. Pienso que a veces en los sueños sublimamos nuestros deseos individuales y colectivos, transfiriéndolos a nuestro quehacer diario, buscando un ideal de vida. Por mi parte, trato de pasar por este planeta tratando de aprender, de comprender, siendo lo más creativo y prolífico que puedo ser. Trato de poner la libertad en práctica, aunque la libertad sólo sea una sensación, y trato de llenar mis días de amor, si bien para ello a veces es necesario renunciar a ciertas personas. Trato de no pisar a nadie, de no aprovecharme de nadie, y que nadie lo haga conmigo. Claro que eso entra en colisión con pensamientos impositivos, lo cual nunca me gusta. La cuestión estriba en el tacto y en el respeto. Pienso que soy muy fácil de persuadir, de seducir, pero me rebelo naturalmente contra las órdenes. Por eso me veo más en una guerrilla por mi cuenta con un grupo que en un ejército con sus jerarquías.
- Hazlo tú mismo: Pregunta y responde sobre la guerra, la música, el fascismo, la posguerra, la república...
Pienso que la guerra se desarrolla cotidianamente en batallas inadvertidas. Hay manifestaciones en todas partes y que a todos salpican, lo queramos o no. Hay guerra de medios de masas, de intereses económicos, de telecomunicaciones, de partidos políticos... y en todas ellas la enemiga es la población, la gente de la calle, el ciudadano convertido en cliente, consumidor y usuario. Hay un bombardeo constante de estímulos destinados a generar necesidades donde anteriormente no las había. Además esta guerra, al salpicar a una masa confundida y ajetreada, provoca enfrentamientos entre la misma, división de intereses colectivos muy manipulados y teledirigidos. Se alienta la competición y la insolidaridad en unos discursos incongruentes, donde se subvierten y son tergiversados toda clase de conceptos y valores como la libertad, los derechos o la participación. Hay una batalla en favor de la politización a la vez que de la desinformación de las masas. Es muy difícil navegar en el océano de datos para poder interpretarlos. La gente no tiene tiempo de reflexionar y al poder no le interesa que ello ocurra. Hay una inconsciencia absoluta respecto a la idea de bienestar, y los pocos que renuncien al teléfono móvil por razones éticas -guerra del coltán- son vistos como bichos raros. Cualquier gobierno recomienda consumir, y hay una fe ciega en el gran mito del crecimiento económico y en la sacralidad del progreso. Ni por asomo se concibe la idea de detener la locomotora del desarrollo. La sociedad permite que se inviertan enormes sumas en armamento y en mantener unos ejércitos inútiles, mientras el conocimiento y la investigación son sistemáticamente impedidos y mutilados. Se habla de igualdad pero se alientan las diferencias: entre occidente y el resto del mundo, entre los Estados europeos, entre las distintas comunidades autónomas españolas, entre las comarcas... no todo el mundo goza de los mismos derechos, ni tiene el mismo acceso a todos los servicios. La democracia es una mentira cochina. Es el consuelo de los ignorantes. Las guerras, en definitiva, sirven para estimular y darle continuidad a las diferencias. La población no se manifiesta por nada que le afecte profundamente, porque tiene una venda delante de los ojos. Sólo recibimos proyecciones de la realidad en unas pantallas, como en la caverna de Platón.
La música, por una parte, es expresión de la decadencia de nuestras sociedades. Por otra parte es la expresión de los pueblos. El espectáculo se hace carne en la música, así como en todas las artes. La mayoría de las expresiones artísticas están al servicio del simulacro espectacular.
El fascismo sigue funcionando. Es la vía rápida para negar la libertad. Y no se diferencia demasiado del pensamiento único e irreflexivo al que aspira todo sistema de poder para someter a la población. Recuerdo que cuando fueron las elecciones tras el 14-M, algunas personas me reprendieron porque no fui a votar, porque era un voto que perdía la “izquierda” (izquierda que no existe por ninguna parte). He ahí un ejemplo de cómo se fuerza a un posicionamiento entre dos polos, mediante un control social, pero oiga, a mi déjeme que piense lo que quiera, y que haga lo que quiera. Desde luego, el resurgimiento del fascismo histórico en Europa es un peligro, y está estimulado por personajes xenófobos de la laya de Berlusconi y los neoliberales a ultranza.
La posguerra sigue coleteando en España. Existe una cierta nostalgia de la época que se materializa en algunas series de televisión y en películas. Los de mi generación somos hijos de los niños de la posguerra, nietos de los que participaron en la guerra civil, y hemos estado influidos por el comportamiento de nuestros padres. Pienso que, considerando los medios con los que hemos contado y considerado el interés y el acicate de nuestros padres por que viviéramos mejor que ellos, somos una generación muy válida aunque nos enfrentemos a constantes trabas para desarrollar nuestras capacidades. Pero ese es un problema estructural y cultural, pues en buena medida el clientelismo sigue funcionando en toda España.
La república, en mi opinión, no es el sistema alternativo al actual. Las experiencias republicanas de nuestro país no han sido garantía en absoluta de una justicia social total. Asociada al Estado, la república reproduce desigualdades, abusos y jerarquías (recuérdese por ejemplo la famosa orden de “¡tiros a la barriga!” dada por Manuel Azaña para evitar tomar prisioneros en la matanza de Casas Viejas). Otra cosa muy distinta sería una república federalista, que se acercaría más a un sistema cantonal y de democracia directa asamblearia, a la anarquía. Allá donde exista una estructura política que permita medrar y sacar tajada a quienes ostenten cargos de poder, la inclinación humana tenderá al aprovechamiento de la situación, cueste lo que cueste. Pocos son los que por dignidad se retiran o admiten sus equivocaciones o su incompetencia.
Pienso que la guerra se desarrolla cotidianamente en batallas inadvertidas. Hay manifestaciones en todas partes y que a todos salpican, lo queramos o no. Hay guerra de medios de masas, de intereses económicos, de telecomunicaciones, de partidos políticos... y en todas ellas la enemiga es la población, la gente de la calle, el ciudadano convertido en cliente, consumidor y usuario. Hay un bombardeo constante de estímulos destinados a generar necesidades donde anteriormente no las había. Además esta guerra, al salpicar a una masa confundida y ajetreada, provoca enfrentamientos entre la misma, división de intereses colectivos muy manipulados y teledirigidos. Se alienta la competición y la insolidaridad en unos discursos incongruentes, donde se subvierten y son tergiversados toda clase de conceptos y valores como la libertad, los derechos o la participación. Hay una batalla en favor de la politización a la vez que de la desinformación de las masas. Es muy difícil navegar en el océano de datos para poder interpretarlos. La gente no tiene tiempo de reflexionar y al poder no le interesa que ello ocurra. Hay una inconsciencia absoluta respecto a la idea de bienestar, y los pocos que renuncien al teléfono móvil por razones éticas -guerra del coltán- son vistos como bichos raros. Cualquier gobierno recomienda consumir, y hay una fe ciega en el gran mito del crecimiento económico y en la sacralidad del progreso. Ni por asomo se concibe la idea de detener la locomotora del desarrollo. La sociedad permite que se inviertan enormes sumas en armamento y en mantener unos ejércitos inútiles, mientras el conocimiento y la investigación son sistemáticamente impedidos y mutilados. Se habla de igualdad pero se alientan las diferencias: entre occidente y el resto del mundo, entre los Estados europeos, entre las distintas comunidades autónomas españolas, entre las comarcas... no todo el mundo goza de los mismos derechos, ni tiene el mismo acceso a todos los servicios. La democracia es una mentira cochina. Es el consuelo de los ignorantes. Las guerras, en definitiva, sirven para estimular y darle continuidad a las diferencias. La población no se manifiesta por nada que le afecte profundamente, porque tiene una venda delante de los ojos. Sólo recibimos proyecciones de la realidad en unas pantallas, como en la caverna de Platón.
La música, por una parte, es expresión de la decadencia de nuestras sociedades. Por otra parte es la expresión de los pueblos. El espectáculo se hace carne en la música, así como en todas las artes. La mayoría de las expresiones artísticas están al servicio del simulacro espectacular.
El fascismo sigue funcionando. Es la vía rápida para negar la libertad. Y no se diferencia demasiado del pensamiento único e irreflexivo al que aspira todo sistema de poder para someter a la población. Recuerdo que cuando fueron las elecciones tras el 14-M, algunas personas me reprendieron porque no fui a votar, porque era un voto que perdía la “izquierda” (izquierda que no existe por ninguna parte). He ahí un ejemplo de cómo se fuerza a un posicionamiento entre dos polos, mediante un control social, pero oiga, a mi déjeme que piense lo que quiera, y que haga lo que quiera. Desde luego, el resurgimiento del fascismo histórico en Europa es un peligro, y está estimulado por personajes xenófobos de la laya de Berlusconi y los neoliberales a ultranza.
La posguerra sigue coleteando en España. Existe una cierta nostalgia de la época que se materializa en algunas series de televisión y en películas. Los de mi generación somos hijos de los niños de la posguerra, nietos de los que participaron en la guerra civil, y hemos estado influidos por el comportamiento de nuestros padres. Pienso que, considerando los medios con los que hemos contado y considerado el interés y el acicate de nuestros padres por que viviéramos mejor que ellos, somos una generación muy válida aunque nos enfrentemos a constantes trabas para desarrollar nuestras capacidades. Pero ese es un problema estructural y cultural, pues en buena medida el clientelismo sigue funcionando en toda España.
La república, en mi opinión, no es el sistema alternativo al actual. Las experiencias republicanas de nuestro país no han sido garantía en absoluta de una justicia social total. Asociada al Estado, la república reproduce desigualdades, abusos y jerarquías (recuérdese por ejemplo la famosa orden de “¡tiros a la barriga!” dada por Manuel Azaña para evitar tomar prisioneros en la matanza de Casas Viejas). Otra cosa muy distinta sería una república federalista, que se acercaría más a un sistema cantonal y de democracia directa asamblearia, a la anarquía. Allá donde exista una estructura política que permita medrar y sacar tajada a quienes ostenten cargos de poder, la inclinación humana tenderá al aprovechamiento de la situación, cueste lo que cueste. Pocos son los que por dignidad se retiran o admiten sus equivocaciones o su incompetencia.
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